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3 julio, 2018Venezuela y las agresiones imperialistas en América Latina

Desde el año 1999, Venezuela ha venido transitando por un complejo proceso para la construcción del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI, signado por su carácter pacífico y democrático pero sometido igualmente a sistemáticas y múltiples agresiones, por parte del imperialismo y sus aliados internos.
Con la asunción de Nicolás Maduro como presidente de la República, estas agresiones no hicieron sino arreciar, bajo la premisa de que la revolución bolivariana no sería capaz de superar la ausencia del enorme liderazgo político del Comandante Hugo Chávez, y había llegado la hora de acabar con ella.
La embestida a la que ha sido sometida desde entonces, se centró en una guerra económica, política y psicológica sin precedentes, a nivel nacional e internacional, que trajo como una de sus consecuencias la victoria opositora en las elecciones de la Asamblea Nacional, en diciembre de 2015.
A partir de ese momento, la agenda desestabilizadora se ha intensificado a través de un conjunto de acciones deliberadamente inconstitucionales, antidemocráticas e insurreccionales, intentando con ello provocar un profundo colapso y caos generalizado que desemboque en una crisis de ingobernabilidad y haga inviable la continuidad del proyecto bolivariano.
Ante este “campo minado”, en mayo de 2017 el presidente Maduro activó el proceso constituyente, logrando una secuencia de triunfos electorales en la Asamblea Nacional Constituyente, Gobernaciones, Alcaldías y la propia Presidencia de la República, los cuales fueron parcialmente saboteados por la oposición interna y desconocidos por distintas instancias internacionales.
A pesar de esos resultados, el imperialismo no ha cesado ni cesará en sus agresiones contra la patria bolivariana, las cuales debemos enfrentar a través de un conjunto de estrategias y acciones que nos permitan continuar avanzando dialécticamente en esta empinada y empedrada etapa transicional.
Uno de los principales aspectos que debemos revisar para tales fines es el extenso prontuario de la política exterior estadounidense en nuestra región, formalizada a través de la doctrina Monroe y visualizada por nuestro Libertador Simón Bolívar, quien nos alertó: “cuando yo tiendo la vista sobre la América (…) hallo que está a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo”, lo cual ratificó posteriormente en una de sus más célebres proclamas: “los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”.
Este permanente proceder se explica porque la razón de ser del capitalismo es la acumulación, reproducción y concentración de capital, para lo cual se configuró un sistema mundial que impuso el orden económico requerido para tales fines, a través de una división internacional del trabajo que estableció relaciones de subordinación de los países centrales sobre los periféricos, en función de la hegemonía que ejercen las grandes corporaciones transnacionales en los procesos productivos y de los mecanismos políticos, ideológicos, culturales y militares que la soportan.
Bajo este esquema de dominación, cualquier intento de un país periférico por establecer un gobierno soberano es considerado inaceptable, lo cual activa inmediatamente todos sus dispositivos de defensa no solo para someterlo, sino como una manera de hacerle ver al resto de los países lo que les ocurriría en caso de emular semejante osadía.
Invocando el axioma jurídico de que “a confesión de parte, relevo de pruebas”, el presidente Obama lo admitiría sin pudor alguno: «Debemos tener el ejército más fuerte del mundo y ocasionalmente tenemos que torcer el brazo de los países que no quieren hacer lo que necesitamos que hagan, si fallan otros mecanismos de presión como económicos, diplomáticos y, en algunos casos, militares».
Ni se diga de quienes pretendan emprender un proceso de carácter progresista o revolucionario, el cual bajo ninguna circunstancia puede resultar exitoso, debido a que pondría en evidencia que “otro mundo es posible”, con el consecuente efecto contagio que desencadenaría en un continente ampliamente empobrecido. A este respecto, el Comandante Chávez exclamó: “Nadie es libre impunemente, (…) en un mundo dominado por el imperialismo y el capitalismo”.
La historia de las agresiones estadounidenses contra América Latina transcurrieron desde las clásicas intervenciones militares directas hasta el patrocinio de golpes de Estado, defensa de dictaduras y apoyo de gobiernos o movimientos políticos al servicio de sus intereses imperialistas, siempre en nombre de la libertad, la democracia y la defensa de los derechos humanos.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, esta nación emergió como la súper potencia económica, cultural y militar capitalista, aplicando una serie de estrategias para tener control sobre su “patio trasero”, en el marco de la Guerra Fría que vivió la humanidad durante más de 40 años.
Esta atropellante actitud arreció luego del triunfo de la revolución socialista cubana y el enorme impacto e influencia que tuvo en el continente, bajo la premisa de que no podían permitir otra experiencia similar, sobre todo después de la crisis de los misiles ocurrida en octubre de 1962.
Las características estructurales de las economías y sistemas político-ideológicos latinoamericanos determinaron unos niveles de vulnerabilidad externa muy frágiles, que nos dejaron expuestos a este tipo de ataques imperialistas, dando al traste con buena parte de los intentos realizados por nuestros pueblos en su indeclinable disposición de ser verdaderamente libres e independientes.
Con el surgimiento de la globalización neoliberal y unipolar que se impuso como consecuencia de la desaparición del bloque socialista europeo, el imperialismo proclamó la eternización del sistema capitalista, sin ningún tipo de resistencias. Sin embargo, a los pocos años triunfó la revolución bolivariana, que además de proclamar su carácter socialista y antiimperialista, liderizó un vigoroso proceso de integración antineoliberal y contrahegemónico en la patria grande, siendo el hito más resonante la derrota del ALCA y el surgimiento de instancias y mecanismos multilaterales como el ALBA, Petrocaribe, UNASUR y la CELAC, amén de reivindicar la soberanía petrolera y revitalizar el rol de la OPEP en ese medular mercado para el funcionamiento del capitalismo mundial.
Ante este inesperado escenario, el imperialismo no se podía quedar de brazos cruzados, contraatacando ahora bajo los novedosos formatos denominados “golpes suaves” o “revoluciones de colores”, que sirvieron para derrocar a los Presidentes Aristide de Haití, Zelaya de Honduras, Lugo de Paraguay y Rousseff de Brasil, así como los intentos fallidos contra Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia.
Igualmente, se encargó de desmantelar la visión progresista que había construido el nuevo MERCOSUR y reforzó la visión neocolonial de la OEA para defender sus intereses geopolíticos en la región, a través del nuevo Secretario General Luis Almagro y del llamado Grupo de Lima.
Más recientemente se produjo el escandaloso fraude electoral contra el candidato presidencial Salvador Narsalla en Honduras, así como las operaciones desestabilizadoras e insurreccionales contra el gobierno del Comandante Daniel Ortega en Nicaragua, asombrosamente similares a las producidas en Venezuela durante el año 2017; sin dejar de mencionar las acciones judiciales contra Lula da Silva, para impedir a toda costa su candidatura presidencial en las elecciones de Brasil, de la misma forma que se ejercieron contra el vicepresidente de Ecuador y ahora se pretende hacer lo propio contra el ex presidente Rafael Correa.
A pesar de este circunstancial retroceso político en América Latina, estamos convencidos que la tendencia de este trascendental momento histórico confirma lo que proféticamente nos cantó Silvio Rodríguez: “El tiempo está a favor de los pequeños”. La lucha continúa…
Camilo Rivero
Economista
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