El Plan de la Patria es el camino para el desarrollo de la Venezuela potencia
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La revolución bolivariana ha estado permanentemente asediada por el imperialismo, con mucho más intensidad a partir de la presidencia de Nicolás Maduro, asumiendo que no sería capaz de mantenerse luego de la desaparición física del Comandante Chávez.
Sin embargo, nuestro pueblo ha venido resistiendo de una manera heroica, enfrentando los estragos de una guerra multiforme que está afectando severamente su cotidianidad, a través de diversas manifestaciones que deben ser debidamente visibilizadas, valoradas y apoyadas en toda su dimensión.
Por contradictorio que pudiera parecer, y como parte de una contraofensiva revolucionaria, debemos aprovechar las actuales circunstancias para impulsar el proceso de construcción del Estado Comunal, lo cual pasa por reivindicar y rescatar el carácter social de la economía, su humanización y democratización.
Esto no es otra cosa que concebir una economía solidaria fundamentada en el trabajo, donde la comuna no solo sea la expresión concreta del poder popular organizado, sino que se convierta en el sujeto histórico principal en la construcción del socialismo bolivariano del siglo XXI, trascendiendo la convencional dimensión política de la democracia liberal representativa a una democracia participativa y protagónica, cuyo alcance abarque también los ámbitos económico y social.
Entendemos la enorme trascendencia, complejidad y desafío que supone la transformación del vigente modelo económico rentista-dependiente, inserto dentro de la lógica y dinámica neoliberal que rige al sistema capitalista mundial, caracterizado por unos niveles de concentración monopólica transnacional y el predominio del sector financiero-especulativo. En el marco de las contradicciones generadas por una crisis orgánica que refleja su notable decadencia histórica, se hace necesario contar con las herramientas teóricas, estratégicas y operativas que permitan avanzar dialécticamente en la construcción de un nuevo sistema productivo diversificado, endógeno y socialista.
En este contexto, debemos analizar el devenir del proceso revolucionario bolivariano, en función de la naturaleza y alcance de una experiencia comunal que lucha por abrirse paso en medio de una estructura económica heterodoxa (propia de este momento transicional) conformada por disímiles actores pertenecientes a los sectores privado nacional/transnacional, estatal y social, dentro del cual aparece de manera muy incipiente el comunal.
Debido precisamente al complejo funcionamiento de un sistema con tales características, se requiere de un Estado revolucionario que asuma la rectoría para aplicar políticas y estrategias de promoción, coordinación, regulación y dinamización, teniendo a la economía comunal como su principal apuesta prospectiva.
Esto implica definir el tratamiento y mecanismos de articulación del Estado con el resto de los actores que conforman el sistema económico, así como entre ellos, de conformidad con los roles y propósitos que tienen dentro de él, asumiendo el principio constitucional de la corresponsabilidad en el destino de la patria.
Especial atención debe darse al relacionamiento entre las comunas, lo cual pasa por definir qué, cómo, para qué, para quién y dónde se están produciendo e intercambiando los bienes y servicios, dentro y fuera del circuito económico comunal, organizando redes productivas que permitan la expansión de sus potencialidades, a través de la conformación de ejes estratégicos de desarrollo territorial.
Por otra parte, se debe generar toda la estructura de soporte que le dé viabilidad a las embrionarias experiencias económicas comunales, a través del decisivo apoyo y acompañamiento estratégico del gobierno revolucionario, a los fines de impedir que el metabolismo del capital acabe con ellas, dado los enormes riesgos y amenazas a las que estarán sometidas en esta etapa.
La principal estrategia para la sostenibilidad de este proceso consiste en insertarlo dentro de la lógica de los encadenamientos productivos, donde se establezcan las relaciones e integraciones entre los distintos actores que se ubiquen en cada uno de sus eslabones, en función de las capacidades, potencialidades, vocaciones y tradiciones productivas, como expresión concreta de un sistema estructurado en función de la complementariedad.
Ello supone la gobernabilidad del Estado sobre los recursos estratégicos de la nación, impulsando las nuevas formas asociativas que hasta ahora se han ensayado para implantar los injertos productivos, tales como los conglomerados, las alianzas estratégicas y las empresas conjuntas.
Es en este marco que debemos construir la tan ansiada soberanía productiva, donde la economía comunal concentre sus esfuerzos en los bienes y servicios de primera necesidad para atender el mercado interno, sustituyendo estratégicamente las importaciones que sean política, social y económicamente factibles.
Para que esto pueda ocurrir, los actores comunales deberán poseer elevados niveles de conocimiento, conciencia y compromiso revolucionario, mediante un proceso de formación permanente e integral, así como sistematizando las diversas experiencias económicas que reconozcan y refuercen la sabiduría popular en el abordaje y resolución de la problemática social que nos aqueja. Igualmente, resulta indispensable diseñar modelos de gestión cónsonos con la naturaleza de este tipo de propiedad social directa sobre los medios de producción.
Un aspecto de vital importancia se refiere a la dimensión ética que deberá caracterizar a los actores comunales, como el gran muro de contención que impida la reproducción de las nocivas prácticas aún presentes en la economía venezolana y, a su vez, impulse el desarrollo de la comuna socialista bolivariana.
Finalmente, para que el sistema fluya a lo largo de todo el circuito económico comunal, es imprescindible desmontar la alienante y transculturizadora sociedad de consumo que nos impusieron a través del llamado modo de vida americano, como paradigma civilizatorio occidental del bienestar individual.
En tal sentido, debemos transformar ese consumismo desenfrenado e impulsivo, por una nueva cultura que reivindique su dimensión social, como máxima expresión de un derecho humano fundamental que permite a los seres humanos satisfacer racional y responsablemente sus necesidades reales, sobre la base de una nueva cosmovisión identificada con el buen vivir.
En síntesis, se trata de generar las condiciones que provoquen el surgimiento, expansión y consolidación de los actores económicos comunales, impregnados de una nueva racionalidad que permita alinear los procesos productivos con el supremo objetivo de lograr niveles de vida satisfactorio para nuestro pueblo, garantizando una estructura social incluyente en el disfrute de la riqueza generada.
Camilo Rivero
Economista
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