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Los procesos de integración son un fenómeno reciente, propio de la contemporaneidad de mediados del siglo XX en adelante, resultantes del desarrollo del sistema capitalista en su fase industrial y financiera, con el propósito de construir arquitecturas supranacionales resultantes de alianzas entre Estados nacionales, el tejido progresivo de interdependencia compleja en los campos económico, político, social y la visión de una historia y cultura hilvanada en una visión compartida de destino común. Ejemplos de ello son la Unión Europea, la CELAC o Mercosur, aunque con paradigmas distintos en sus fundamentos.
En cualquier caso, los antecedentes pueden rastrearse en el siglo XIX, con la visión temprana del Precursor Francisco de Miranda encarnada en el proyecto de constitución de la gran unidad continental a la que llamó Colombia; un gran estado formado por ciudadanos americanos desde el Missisippi hasta la Patagonia (1798). Visión que El Libertador Simón Bolívar desarrollara en la Carta de Jamaica (1815) y diese forma en la Constitución de Angostura (1819), para concretarla en la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), como liga de Estados americanos; proyecto que por ser contra-hegemónico fue torpedeado por el imperialismo británico y visto con recelo por Estados Unidos, que ya comenzaba a dar forma al relevo imperial plasmado en el enunciado de su política exterior “América para los americanos”, conocido al paso del tiempo como la Doctrina Monroe (1823).
Entretanto, concluida las guerras napoleónicas, las potencias europeas, reunidas en el Congreso de Viena, definieron sus fronteras interiores continentales y crearon un régimen de administración o Comisión Central de Navegación del Río Rhin (1815), en beneficio del tráfico común de personas y mercancías. Esta experiencia, que existiera hasta 1871, es considerada la referencia de la actual integración continental que llega hasta la Unión Europea actual. También vale citar la creación en el seno de la Confederación Germánica de la primera unión aduanera o zollverein entre estados alemanes (1834). No obstante, podemos afirmar que la América del Sur, la Patria Grande del pensamiento y acción bolivarianos es, sin lugar a dudas, un antecedente a los proyectos de integración mundial conocidos.
En el caso de los procesos de integración latinoamericanos y caribeños; estos se expresan en esquemas que corresponden a organizaciones regionales, cuyo fundamento son dos paradigmas contrapuestos: el liberal dependiente y periférico, modelado por la coalición atlántica entre Estados Unidos y Europa, que bien expresa el G-7; y el paradigma progresista nacionalista que retoma las fuerzas profundas de la historia regional y los pueblos. Las organizaciones regionales surgidas en cada caso, lo han hecho en contextos y coyunturas mundiales específicas, sujetas a su dinámica, confrontaciones y, en cierto grado, también modelando aquellas; pues son parte del mapa de conflictos, los juegos de alianzas y equilibrios de poder.
Así, en el contexto de la Guerra Fría y el Conflicto Este-Oeste que siguió a la Segunda Guerra Mundial surgieron el TIAR (1947), la OEA (1948) y ODECA (1951) . Luego, en la etapa de la Guerra Fría con el enfoque desarrollista imperante, a lo cual contribuyó en buena medida la agencia de la ONU llamada CEPAL, en la década de los sesenta y setenta del siglo XX se conforman: Parlatino (1964), el Pacto Andino (1969), Sela (1975) y Caricom (1973). Una década más tarde, tras el colapso de la URSS y el fin del conflicto Este-Oeste, que simboliza la Caída del Muro de Berlín (1989) se expande la visión de libre mercado y democracia representativa a escala planetaria, impulsando la expansión capitalista y la globalización de sello neoliberal. En esta coyuntura, para fortalecer capacidades con el concepto de regionalismo abierto, se impulsa la integración en los esquemas subregionales del SICA en Centroamérica, MERCOSUR (1991) en el Cono Sur y AEC (1994) en el Caribe.

Posterior, terminando el siglo e iniciando el XXI, la gobernanza mundial sobre el eje Atlántico se vio sacudida por la emergencia como poderes mundiales de China y Rusia, los BRICS y las crisis financieras que estremecieron el sistema capitalista internacional, dando inicio al proceso de desmontaje de la hegemonía del dólar.
La respuesta no se hizo esperar; una guerra comercial entre China y Estados Unidos, la escalada armamentista y focos de tensión a lo largo de la ruta del Ártico, el sudeste asiático y el Mar de la China, que se suman a los ya tradicionales de Irán y el Medio Oriente, en los que los juegos de poder imperial intentan dibujar nuevos mapas geopolíticos. A la par, a fines de los años noventa y la siguiente década, la formación de gobiernos de centro izquierda e izquierda de arraigo popular y nacionalista en Venezuela, Brasil, Argentina, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y algunos otros caribeños como Dominica, San Kitts y Nevis, Belice y Surinam, junto a Cuba, impulsaron una corriente de integración de visión progresista, autonómica e independiente, democrática e inclusiva socialmente, que configura el paradigma emergente de la integración regional, retomando los principios y doctrina bolivarianos que animaron el Congreso Anfictiónico de Panamá y el pensamiento de otros líderes latinoamericanos y las esperanzas y demandas de los pueblos latinoamericanos, dando así pie a la formación de ALBA-TCP (2004), Petrocaribe (2005), CELAC (2011), UNASUR (2008); a la vez que le imprime cambios en el seno de MERCOSUR, CAN y ALADI hacia visiones más sociales e inclusivas.
Con el desplazamiento del movimiento pendular en la región del ciclo progresista al conservadurismo liberal de derecha, el proceso de integración más cooperativo, y de economía social se desaceleró y las organizaciones regionales que lo encarnan otro tanto, por representar un desafío al neomonroismo adoptado por la administración D. Trump y continuado por el actual presidente estadounidense Joe Biden como principio activo de su política exterior hacia la región. En esta nueva coyuntura, el remozamiento de las tesis neoliberales cobró fuerza en el reimpulso a la integración de cuño liberal y periférico con la conformación de los esquemas de la Alianza del Pacífico (2012), el foro PROSUR (2019) y el Mercosur, pero sin Venezuela como jugador.
En fecha reciente, en medio de fuertes obstáculos y presiones de un imperialismo en declive para obstaculizar la presencia regional de China y Rusia principalmente, al tiempo que detener el nuevo ciclo de progresismo regional en marcha en Brasil, Bolivia, Paraguay, Chile y Colombia; la CELAC ha cobrado en la reunión de México (2021) un nuevo impulso. Quizás la postura mas clara sea la enunciada por el presidente boliviano Luis Arce, al plantear sustituir a la OEA por la CELAC y más tímida la del presidente mexicano López Obrador, de formar una nueva organización regional, pero con la presencia de Estados Unidos.
Los esquemas progresistas promovidos en la región, no siendo cerrados, apuestan al multilateralismo y relaciones equilibradas de cooperación, respetuosas de la autonomía e independencia, enmarcadas en la correspondencia ganar-ganar en medio de fuerzas que tensionan por construir el tejido de los mecanismos de la gobernanza mundial para las próximas décadas, sobre un eje Atlántico o Pacífico.
Por Francisco Rodríguez
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