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Geog. Hernán Zamora *
Cuando revisamos las narrativas e imaginarios que se han creado en torno a las tecnologías emergentes, no podemos menos que recordar a grandes escritores de ciencia ficción como Isaac Asimov (1920-1992), quien acuñó el término de «síndrome de Frankenstein», o a Arthur C. Clark (1917-2008), quien nos presentó a HAL 9000, una computadora de inteligencia artificial, en 2001: Odisea Espacial (magistralmente llevada a la pantalla por Kubrick).
Estos imaginarios están condimentados con el miedo a que nuestras creaciones (tecnológicas) se rebelen contra nosotros. Basta recordar la campaña impulsada por Elon Musk para considerar los riesgos de este desarrollo acelerado de la Inteligencia Artificial, mientras fundaba su propia compañía de IA generativa: X.AI; y es que el mundo de las tecnologías emergentes no es solo la inteligencia artificial, abarca un importante espectro de innovaciones como Ciberseguridad, Blockchain, Entornos multimodales, Internet de las cosas, Computación cuántica, sin olvidarnos las Redes Sociales (digitales). Éstas y otras más, constituyen el universo tecnológico que dicen, tememos nos reemplace.
Nos encontramos, por tanto, ante un mundo tecnológico centrado en la captura y manejo de datos. En este contexto, hombres y mujeres somos considerados objetos de consumo, ya que nuestra información es recopilada para ser vendida. Esta venta de datos nos convierte en sujetos de consumo, a partir del procesamiento de esa información, para uso y disfrute de las empresas de marketing.
Esta relación objeto-sujeto permite la construcción de una discursividad social (Verón, 1996) que facilita el modelado de imaginarios sociales (Díaz, 1996), los cuales buscan ser reconocidos como realidad o metarealidad.
El objeto capturado
Cuando, de manera insistente, damos clic en «me gusta», escuchamos música, visitamos páginas buscando bienes y servicios, o simplemente curioseamos, dejamos un rastro que no pasa desapercibido. En este rastro se reflejan nuestros gustos, aspiraciones, deseos, requerimientos y necesidades, ya sea que estén satisfechas o no. Este rastro, en forma de datos, nos define o presupone.
Además, estos datos nos convierten en «ese obscuro objeto del deseo» bajo continua vigilancia, un concepto que Shoshana Zuboff (2020) ha definido en su obra La era del capitalismo de la vigilancia. Este término se refiere a «el nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita, aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas.» En otras palabras, se trata de la monetización de los datos obtenidos a través del seguimiento de nuestros movimientos y comportamientos tanto en línea como en el mundo físico. Esta vigilancia del consumidor se utiliza con frecuencia con fines de marketing y publicidad, para determinar patrones y tendencias de consumo (Barney, 2024).
La conversión de nosotr@s, el objeto, en material de mercado, no es un mero ejercicio de cosificación, es el escamoteo de nuestra identidad digital por parte de aquellos que han desarrollado los modelos de Inteligencia Artificial, las plataformas de almacenamiento o los algoritmos. Somos pues, desde la perspectiva de Heidegger, objetos digitales por motu propio.
* Hernán Zamora es Geógrafo, egresado de la Universidad de La Habana, Cuba, Dr. en Sistemas de Información Espacial, graduado en la Universidad de Alcalá, España y Vicerrector Académico de la Universidad Latinoamericana y del Caribe