21 julio, 2020
Por: Jorge Arreaza Monserrat
La verdad estaba llamada a ser el signo fundamental de la modernidad. Atrás debían quedar las supersticiones y el oscurantismo medieval. Llegábamos al tiempo de las luces donde los hechos podían ser verificables a través de la constatación empírica. La sedición y el engaño merecían cristiana sepultura y pasar a ser el mal recuerdo de una época superada. Pero la ambición del sistema capitalista sepultó la idea de la verdad histórica.