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Al finalizar la II Guerra Mundial, el Pentágono absorbió y procesó toda la experiencia nazi y desarrolló la doctrina de la “guerra psicológica”. Los métodos del nazismo se convirtieron en los manuales de contrainsurgencia y la guerra de baja intensidad (GBI). Para el politólogo Noam Chomsky, allí estaría el origen del terrorismo como instrumento al servicio de un sistema de poder en el mundo occidental. El terror de la violencia oficial, aplicado a gran escala con el poder destructivo de unos pocos Estados que buscan imponer dominación y hegemonía al resto del sistema mundial.
A comienzos de la Guerra Fría (1949), un alto funcionario del departamento de propaganda de EE.UU, llamado D. Lerner, escribió: “Entre los principales cambios a que conduce la transición de la paz a la guerra, figuran: las sanciones se convierten en guerra económica, la diplomacia se convierte en guerra política, la propaganda se convierte en guerra psicológica”. Al año siguiente, el Pentágono oficializaba el concepto en términos militares: “La guerra psicológica es el uso planificado de medidas propagandísticas por la nación en tiempos de guerra o en estado de emergencia declarado, medidas destinadas para influir en las opiniones, emociones, actitudes y conducta de los grupos extranjeros, enemigos, neutrales o amigos, a fin de apoyar la realización de la política y los objetivos nacionales” (Fazio, 2013, p.21).
Mas adelante, en los años ochenta, la guerra psicológica formó parte de la GBI, perfeccionada en el Pentágono como una variable de la contrainsurgencia clásica: labores de inteligencia, acción cívica y control de poblaciones. Este conflicto evolucionó como lucha político-militar limitada a objetivos políticos, sociales, económicos y psicológicos. Las más de las veces prolongada y abarcando un abanico de medios, desde presiones diplomáticas y el boicot económico hasta el terrorismo y la insurgencia.
En la nomenclatura militar, las operaciones psicológicas son herramientas que buscan influir en la conducta de la población civil, del enemigo y de la propia fuerza. Es un hecho que en escenarios bélicos, la guerra psicológica explota las vulnerabilidades del adversario-enemigo en base al miedo, las necesidades y frustraciones. Poco importa la condición de género o edad, niños, mujeres o ancianos hacen parte de esta guerra no declarada, sin leyes que protejan al combatiente. Se trata del terror como instrumento político de control de las mayorías, que persigue crear dependencia, generar intimidación e inmovilizar en su respuesta al otro, la población objetivo.
Se trata entonces, de “dominar la voluntad del otro, considerado enemigo”. Lograrlo implica recurrir a medios habitualmente no calificados de bélicos, pues la guerra psicológica se planifica para dominar el espíritu, operando con el ocultamiento sistemático de la realidad. Los seres humanos, desde la antigüedad, hemos hecho un uso manipulador del lenguaje, con la finalidad de dominar a otros. La palabra ha sido utilizada desde entonces con la intención de aterrorizar y mantener las verdaderas relaciones de dominio y explotación.
El ejercicio de la violencia psicológica dirigida a la población civil tiene el propósito de generar miedo. De allí que se manipula el lenguaje para llegar al terrorismo. El autor V. Romero en un artículo titulado Libertad de expresión y terrorismo mediático sostiene acertadamente que, “Las palabras son como minúsculas dosis de veneno que pueden tragarse sin darse uno cuenta. El arma más letal es el lenguaje. Sin palabras no hay guerra”.
Así como Cuba, Nicaragua, Bolivia, Irán, Rusia y China, Venezuela es víctima de una GBI que apunta a producir un cambio de gobierno constitucionalmente elegido, por medio de la vía coercitiva, la guerra económica y el terrorismo mediático. Pretende desmoralizar al pueblo con operaciones psicológicas, a través de campañas mediáticas que falsean la verdad; mintiendo, calumniando, tergiversando y desnaturalizando la realidad política, social, económica y cultural del país, alterando el estado mental de la sociedad venezolana a fin de generar una conmoción social y política.
En opinión de la psicóloga venezolana Ovilia Suárez, “la guerra psicológica pretende la destrucción de la moral y la vida espiritual de la nación, por la voluntad de otra nación”. Busca impulsar el rencor político en Venezuela. “El odio no se inocula, se manipula, se incita en el contexto social, cultural o político, mediante mensajes sistemáticos”.
La alteración y desequilibrio constante de la cotidianidad del pueblo venezolano se ve potenciada en las dificultades económicas que enfrenta la población en general que, junto con la guerra política y el terrorismo mediático, conforman un solo cuerpo. “Al perder la estabilidad económica, las personas están con mayor incertidumbre y a eso se le suma una campaña psicológica que promueve más incertidumbre, lo cual genera mucha angustia”.
Al mismo tiempo, falsas noticias se difunden permanentemente a nivel internacional de Venezuela con la idea de generar una matriz de opinión pública contraria al proceso revolucionario, que sirva de justificación para una eventual intervención contra nuestro país. La narrativa sobre Venezuela como Estado Fallido es una construcción deliberadamente interesada, una gran operación psicológica cuyo propósito es minar la moral de un pueblo, deteriorar la imagen y posición de liderazgo como Estado bolivariano miembro de la comunidad internacional y así, concluir en la necesidad de la intervención humanitaria invocando el interés de esa misma comunidad. Una visión alimentada de falsas informaciones y alguna que otra media verdad, reconstruida para parecer como verdad. De allí el discurso del Estado narcotraficante y la supuesta existencia de un Cartel de los Soles para diluir la responsabilidad internacional del Estado colombiano, pero justificar la operación naval antinarcóticos realizada en el Caribe, ocultando tras un velo, la implementación del bloqueo naval y eventualmente estar en posición de intervenir militarmente, con fuerzas navales y aéreas ya desplegadas, en cuestión de horas. El sólo hecho de saber que están allí esperando una orden, persigue causar aprensión y temor.
Otro tanto ocurre con la corrupción y los Derechos Humanos, los cuales son presentados discursivamente como formas de acción del Estado, manipulando situaciones y hechos particulares que son expuestos como prácticas generalizadas, a la vez que se ignoran las políticas y esfuerzos emprendidos para corregir y castigar las desviaciones de quienes desempeñan funciones públicas sean jueces o agentes de seguridad y orden público. En el marco de las leyes contra la corrupción se han imputado centenares de fiscales del Ministerio Público por cometer delitos de esta naturaleza; y se han detenido o investigados tantos más funcionarios de seguridad por presuntas violaciones de derechos humanos. Sin embargo, estas acciones y muchas otras, simplemente se obvian para afianzar la imagen contraria de Estado que fomenta la corrupción y viola los derechos humanos.
En síntesis, en contraposición a las operaciones psicológicas y la creación manipulada del imaginario Estado Fallido venezolano, la voluntad de paz del pueblo venezolano y su convicción cívica además de evitar una situación de conmoción y conflicto armado ha demostrado la fortaleza de la institucionalidad de un Estado que es constitucional y bolivariano en su doctrina y propósito, de justicia social en su fundamento y democrático participativo, social y protagónico en su razón y formación de la voluntad de la mayoría.
Wilfredo Pérez Bianco
Doctor en Ciencias de la Información
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