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¿A dónde vas, acaso retrocedes o avanzas?
En el curso de la primera década del presente siglo numerosos centros académicos, expertos y organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) pronosticaban que el sorprendente crecimiento y condiciones estructurales de América Latina le permitirían dar un salto al desarrollo arrastrando como una locomotora al resto de la economía mundial. Se dijo que, el siglo XXI sería escrito por América Latina y el Caribe como bloque. Las señales estaban a la vista, indicadores económicos sorprendentes que arrojaban un crecimiento sostenido por el incremento de los precios en los commodities, el avance de la industrialización y encadenamientos productivos, la expansión del comercio intrarregional y mayor participación en el comercio mundial, el surgimiento de esquemas integracionistas inéditos con la creación de Petrocaribe, UNASUR, CELAC y el ALBA-TCP cuya constitución abarcaba un brazo financiero con el Banco del Sur y el Sucre como unidad de cuenta que podría reemplazar al dólar en las transacciones comerciales. También el creciente acercamiento político y comercial de Rusia y China en la región abriendo oportunidades para la inversión y diversificación de mercados. Las compras chinas de soja y carne brasileña, las inversiones rusas en el sector energético venezolano o el interés en el litio boliviano son algunos ejemplos.
En la mayor parte de la región florecieron regímenes políticos democráticos de variado signo ideológico, pero teniendo en común el rasgo de nacionalismo y progresismo. Corría la primera década del siglo 21 y coincidieron en un mismo espacio y tiempo Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Lula y Dilma en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, Ortega en Nicaragua, Leonel Hernández en República Dominicana, Castro en Cuba y buena parte del Caribe anglófono que se acercó como nunca antes a la América continental, de la cual había vivido a espaldas, Skerrit en Dominica, Gonsalves en San Vicente y las Granadinas, Mitchel en Granada, Rowley en Trinidad y Tobago, Barrow en Belice, Bouterse en Suriname, Jagdeo y Ramotar en Guyana. La visión de Patria Grande recorría los rincones de la región, dando forma y unidad política y económica a Latinoamérica y el Caribe, la cual florecía con voz propia en el concierto mundial.
Fueron años de activa diplomacia latinoamericana multilateral sur-sur, que fortaleció al GRULAC como bloque en el seno de los organismos internacionales y dio nuevos bríos al Movimiento de Países No Alineados (MNOAL), el cual había extraviado la brújula tras el fin del Conflicto Este-Oeste. El rompecabezas geoestratégico, empujaba en dirección al cambio del eje de gravitación Atlántico dispuesto desde el fin de la segunda posguerra según los acuerdos de las Conferencias de Yalta, Teherán y Postdam para el reconocimiento de áreas de influencia. Un eje, en el cual, visto el Hemisferio Occidental todos los rayos convergían en el centro representado por los Estados Unidos y extendido a su sistema de alianzas estratégicas privilegiadas formadas por Gran Bretaña, Canadá y Europa del Oeste, cuya expresión político-militar era la OTAN. Afincado por lo demás en el sistema financiero nacido de Bretton Woods (1942), cuyas patas de la mesa han sido desde entonces el FMI y el Banco Mundial; y el control del comercio mundial a partir del Acuerdo General de Tarifas y Aranceles que surgiera tras la Conferencia de La Habana, siguió con las Rondas de Uruguay y finalmente la creación de la OMC. Esta última venida a menos ante los embates furiosos de Estados Unidos por desmantelarla, toda vez la globalización que ayudó a gestar bajo los preceptos neoliberales de libre mercado, eliminación de barreras proteccionistas y competencia son contrarias al postulado de “América Primero” y han terminado por tener un efecto boomerang, pues China y Rusia amenazan con tomarle la delantera en el sistema económico mundial globalizado. Como resultado, Estados Unidos pretende patear la mesa, iniciar de nuevo el juego y ser el crupier que reparta las cartas. Con ese fin, abandona acuerdos, aplica medidas coercitivas unilaterales a diestra y siniestra y se salta las normas del Derecho Internacional que obstaculicen sus intereses de seguridad y la realpolitik desplegada para asegurar la continuación de su pretendida hegemonía imperial.
A la par de los foros como el celebrado en 2009 en la Isla de Margarita entre países de África y América Latina, algo que era inédito; o el de CELAC-China en 2014, surgieron también otros mecanismos de participación como fue la articulación de Brasil en el BRICS, expresión de las potencias emergentes que privilegiaban la construcción de un eje sur-sur y el multilateralismo como principio de relacionamiento y acción del nuevo regionalismo. El corolario de este mundo emergente era la nueva gravitación mundial sobre el eje Pacífico y la puesta en marcha a partir de 2013 de un esquema de relaciones ganar-ganar que bien sintetiza la “Ruta de la Seda” o el “Cinturón y Rutas” que supone alianzas estratégicas con Rusia para articular con Europa, con el sudeste asiático y África. También la construcción de un canal interoceánico a través de Nicaragua y asociaciones estratégicas privilegiadas con varios países latinoamericanos, entre ellos Venezuela.
A este nuevo esquema de relacionamiento se han sumado una veintena de países en la región, en condiciones más ventajosas que los Tratados de Libre Comercio promovidos por Estados Unidos finalizando el siglo pasado, y cuyo balance de beneficios y pérdidas es francamente favorable a éste y desigual para la mayoría, con excepción de México, y cuando esto ocurrió, se replantearon los términos del relacionamiento para favorecer a las transnacionales americanas. Al final, el modelo de maquila no permite avanzar más allá de la subordinación y el desarrollo desigual, sin derecho a soñar con el espejismo del salto al desarrollo.
Para frenar la articulación latinoamericana a la “Ruta de la Seda”, Estados Unidos secundado por Canadá y sus aliados europeos, Gran Bretaña a la cabeza ha desplegado un vasto arsenal de tácticas y estrategias con proyección multidimensional. Junto a las maniobras de control de los hilos del sistema financiero como ocurrió recientemente al imponer al director del BID, sepultando la tradición no escrita de la presidencia del organismo para un latinoamericano. También ha recurrido a la presión como señaló el secretario de Estado Mike Pompeo al dejar caer en su gira por Suriname la inconveniencia de la cercanía con China o exaltando los beneficios de asociaciones preferenciales estratégicas con Colombia y Brasil plegados e incondicionales a los designios estadounidenses.
La relación amigo-enemigo.
Dos fuerzas tensionan la región de punta a punta, el conservadurismo neoliberal de derecha y el multilateralismo progresista o nueva izquierda. En el primero, confluyen sectores de ideología liberal influidos por una mezcla abigarrada de ideas tomadas del Tea Party y la derecha alternativa estadounidense, los llamados millennials y grupos evangélicos y católicos que han irrumpido en la política. A estos se suman los tradicionales partidos de la socialdemocracia y el socialcristianismo que se desplazaron generacionalmente de las tradicionales posiciones de centro izquierda a la derecha. Los gobiernos de Jair Bolsonaro en Brasil, Sebastián Piñera en Chile, Jeanine Añez en Bolivia, Nayib Bukele en El Salvador, Jimmy Morales en Guatemala y Lacalle Pou en Uruguay son ejemplos del sincretismo de estas ideas políticas que rompen con la tradición conocida y acogen una visión neoliberal de la economía y la sociedad.
En el extremo, la condición de Estado Fallido en Colombia ha llevado que además de la injerencia directa externa de Estados Unidos para sostener los gobiernos de Uribe, Santos y Duque, se relacionen a los grupos de poder dominantes, bandas y organizaciones paramilitares y de narcotraficantes que ejercen violencia sistemática para mantener el poder bajo control de la derecha. Una situación similar va tomando cuerpo en Bolivia bajo el precario régimen de facto de Jeanine Añez, que desprecia y reacciona con intolerancia y racismo al cholo y al igualitarismo e inclusión que reconoció el carácter de nación plurinacional establecido en el periodo de Evo Morales y que pretende ser borrado tras el golpe.
La otra fuerza, la corriente progresista, hasta hace un par de años mayoritaria y hoy replegada y sometida a fuerte represión y cerco, se integra por un calidoscopio de orientaciones y doctrinas de la socialdemocracia de centro izquierda, movimientos sociales identificados con la nueva izquierda (género, ambientalistas, sexo diverso, etc), la izquierda tradicional de pensamiento clasista y antimperialista y un nuevo ideario socialista que recupera el valor del pensamiento de figuras y luchas presentes en la historia regional y el nacionalismo latinoamericano aún vigentes. Al ejemplo de la Revolución cubana se suma la sandinista en Nicaragua y la Bolivariana en Venezuela, cuyas expresiones son los sucesivos gobiernos que van de Fidel a Díaz Canel en Cuba, Ortega en Nicaragua y de Chávez a Maduro en Venezuela llegando a definir como corrientes al castrismo, el sandinismo y el chavismo.
Dos visiones y dos apuestas en la construcción de un sistema internacional con gobernanza diferenciada
No hay espacio para dos edificaciones cuyos cimientos son antagónicos, la “Ruta de la Seda” plantea como esquema global de gobernanza los pilares del multilateralismo, las relaciones ganar-ganar, el respeto a las diferencias y no injerencia en los asuntos internos y la naturaleza multidimensional e integral de los intercambios en lo económico, financiero, industrial, cultural, tecnológico y ambiental. Al vincular China con África, Sudeste Asiático, Europa y el Ártico hace que el sistema mundo gravite sobre el eje Pacífico, dando al traste con poco más de un siglo de hegemonía imperial estadounidense.
Frente a esta realidad en ciernes, sin mayores distingos entre halcones y palomas en el último año de la administración Obama en 2016 y apenas iniciara la administración Trump, la política exterior estadounidense dio un viraje de 360°. La lógica fue restablecer un mapa mundial que semejara la entente del Conflicto Este-Oeste de mediados el siglo pasado, conservando para occidente lo ganado en la Europa del Este, sacando del juego y aislando a China y Rusia, al tiempo que recolonizando la región bajo el precepto del neo-monroismo.
Colosal tarea imperial ha implicado que promueva la desestabilización de las áreas o pasos de conexión de la “Ruta” en Medio Oriente, presione a sus aliados europeos para abandonar proyectos e iniciativas de cooperación como el proyecto gasífero Nord Stream 2 con Rusia, el reinicio de una carrera armamentista y presiones directas en las fronteras de ambos, realizando ejercicios y maniobras militares en el Mar de la China Meridional, fortaleciendo desafiante los lazos con Taiwán y desplegando tropas en Europa del Este en el marco de la OTAN.
Hacia América Latina, considerada como el patio trasero, la impronta de “América Primero” es un remozamiento de la Doctrina Monroe. Esto se traduce en fortalecer la presencia militar en la región, incrementando el número de bases militares que supera las 76, fortaleciendo el papel del Comando Sur, las ventas de armamento y realizando mayor número de operaciones encubiertas de inteligencia, ejercicios y programas de entrenamiento militar y tercerización de los conflictos desdibujando narcotráfico, terrorismo y guerra convencional. La agenda de seguridad contempla como amenazas la presencia en la región de China y Rusia, de Irán y Turquía como nuevos jugadores, el carácter socialista de las revoluciones cubana y bolivariana y sus nexos con los anteriores y la potencial emergencia de movimientos populares organizados que conduzcan a una segunda ola de progresismo regional.
Otro plano de reforzamiento de la dominación es el económico, a través del endeudamiento y la dolarización de las economías regionales. El crecimiento de la deuda externa de Ecuador, Chile y Argentina ha sido vertiginoso en menos de una década bajo los gobiernos de derecha representados por Lenín Moreno, Piñera y Macri respectivamente. Recientemente otro mecanismo es el plan bautizado como Growth in the Américas que se traduce como América Crece, cuyo ensayo en Colombia sustituye al Plan Colombia contemplando además de la inversión externa la cooperación militar apuntando hacia Venezuela. De allí la importancia de designar aún en contra de la voluntad de los países de la región un presidente en el BID que apalanque el plan y bloquee a Cuba, Nicaragua y Venezuela en su acceso a las fuentes financieras. El Plan recientemente lanzado plantea desregulaciones y ventajas para las empresas estadounidenses, abrir camino a sus inversiones en los sectores estratégicos minero, energético, tecnológico, etc., y la lucha contra el tráfico de drogas y terrorismo. Un acuerdo similar al colombiano fue suscrito con Guyana incluyendo en este caso, el patrullaje conjunto en las áreas cercanas a la proyección de la fachada marítima de la Guayana Esequiba venezolana. La importancia de Guyana es creciente y se avizora como el país de mayor crecimiento regional para 2020-2021 dado los descubrimientos de reservas petrolíferas y mineras. Tanto que se estima que para 2025 destine a la exportación unos 700 mil barriles de petróleo. El poder detrás del trono explota y azuza la controversia entre Venezuela y Guyana en la zona en reclamación.
Francisco Rodríguez
Politólogo y Analista Internacional
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