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La globalización no es otra cosa que la imposición de un proyecto civilizatorio multidimensional e interconectado a escala planetaria (la aldea global), como consecuencia del incesante avance del sistema capitalista en su proceso de acumulación, en una vertiginosa dinámica desatada durante los últimos cuarenta años.
En palabras del profesor Armando Córdova, se trata de una “tendencia hacia la progresiva homogenización de los patrones culturales, tecnológicos, productivos, financieros, de consumo y del modo de vida de las sociedades en todo el mundo. Este proceso conduciría a la plena integración planetaria, en un nuevo orden económico internacional que fue concebido como el fin de la historia“ 1.
De manera que para precisar el alcance de este proceso debemos referirnos a una globalización capitalista neoliberal unipolar que busca eliminar todos los obstáculos hasta ahora existentes para garantizar la actuación plena del gran capital transnacional, a los fines de garantizar la colocación de sus productos, aprovechando unas economías de escala que lo hacen más competitivo en los mercados internacionales.
Ya Lenin había caracterizado al imperialismo como una fase superior del capitalismo, a partir de los siguientes elementos:
• Concentración monopólica de la producción, para atender la demanda agregada interna y los mercados internacionales.
• Exportación de capitales, dando nacimiento a las empresas multinacionales.
• Asunción del capital financiero en la conducción de los procesos de acumulación.
• Reparto de los mercados internacionales entre las multinacionales y potencias hegemónicas del sistema capitalista.
Esta compleja dinámica económica provocó una muy aguda confrontación, convirtiéndose en el desencadenante de las dos guerras mundiales del siglo XX, como expresiones militares de esa disputa.
Transnacionales conducen el proceso de acumulación de capital.
A partir de la post guerra, asistimos a un proceso acelerado de transnacionalización de ese capital monopólico, como expresión inequívoca de una corporatocracia que requiere cada vez menos del soporte de los Estados-nación para alcanzar sus intereses económicos.
Dicha expansión se produce fundamentalmente a partir del surgimiento de las irracionales sociedades de consumo, las cuales acortaron radicalmente los ritmos de los ciclos económicos, otorgándole así la dinámica que necesitaba el capital para tales fines. El correlato de este modelo a nivel productivo es la obsolescencia programada, disminuyendo significativamente la vida útil de los bienes producidos, lo cual encaja perfectamente en esa “lógica” consumista.
Simultáneamente, fue ocurriendo el desplazamiento del sector industrial por el gran capital financiero, que ahora comanda unas relaciones económicas internacionales estructuradas a partir de la imposición del dólar como la divisa que monopoliza sus dinámicas transaccionales, tanto en los flujos reales como monetarios.
Sin embargo, se presenta una situación que atentaba contra ese proceso expansivo:
• Más de ⅓ de la población mundial vivía en los países del bloque socialista, lo cual limita la penetración de las transnacionales en esos mercados.
• Los sistemas socioeconómicos imperantes en el mundo capitalista, configurados en torno al Estado del Bienestar, hacía que algunas necesidades básicas no se le diera tratamiento de mercancías, sino que eran asumidas por el Estado en su función social.
A mediados de la década de los años 70, se produce el agotamiento del modelo keynesiano/socialdemócrata, siendo desplazado por una doctrina neoliberal que va a desmontar todo el andamiaje perturbador del metabolismo del capital, impulsado por los gobiernos de Margaret Tatcher (Reino Unido) y Ronald Reagan (EEUU), creando las condiciones para iniciar un acelerado proceso de desregulación y liberalización comercial y financiera internacional.
Adicionalmente, en América Latina se conjugaron los aspectos económicos estructurales mencionados a continuación, dando lugar a la aplicación de las ortodoxas medidas de ajustes macroeconómicos impuestas por el FMI, las cuales se engranaron perfectamente con lo que estaba ocurriendo en el primer mundo:
• Endeudamiento externo, como estrategia de los centros financieros internacionales para colocar los inmensos recursos generados por los petrodólares, que no podían destinarlo a los países desarrollados debido a la estanflación que estaban padeciendo.
• Deterioro progresivo de los términos de intercambio en el comercio internacional.
• Déficit fiscales crónicos, devaluaciones cambiarias y altos niveles de inflación.
• Fuga masiva de capitales, estructural evasión tributaria e insuficiente magnitud del ahorro interno para financiar los planes de desarrollo.
• Inaccesibilidad a los mercados financieros internacionales, sin el aval condicionado del FMI, como consecuencia de la crisis de la deuda externa.
La estocada definitiva para el surgimiento de la globalización fue la estrepitosa e inesperada caída del bloque socialista, a comienzos de la década de los años 90, de manera que esos países se fueron incorporando a un sistema capitalista que ahora sí operaría a escala mundial. El caso de China fue muy particular, ya que aun manteniendo las banderas del socialismo, en el ámbito económico asumió un agresivo modelo de reforma y apertura hacia el libre mercado.
Surgimiento de la globalización capitalista neoliberal unipolar
A partir de ese momento, cuando el camino quedaba aparentemente despejado, irrumpe con fuerza el carácter hegemónico unipolar de una globalización que domina el mundo a través de sus distintos mecanismos e instancias internacionales (FMI, OMC, G-7), caracterizada por la desproporcionada relevancia del capital financiero dentro del funcionamiento del sistema económico, bajo una dinámica esencialmente especulativa y cada vez más desacoplada de los sectores reales, operando bajo la “lógica” de un improductivo capitalismo de casino, donde las burbujas generadas por la voracidad de sus rapaces capitales golondrinas y fondos buitres en los mercados bursátiles provocan todo tipo de distorsiones, volatilidades e inestabilidades.
Esta situación generó un progresivo y deliberado proceso de desindustrialización relativa en las economías de los países centrales, llegando incluso a desvincularse la noción de desarrollo con la de industrialización.
Sin embargo, esta financiarización de la economía mundial se ha convertido en el origen de crisis financieras recurrentes durante las últimas décadas, algunas de las cuales han desembocado en profundas e inestables recesiones económicas, con fuertes repercusiones internacionales.
Así, este proceso de globalización se posiciona a través de los siguientes aspectos:
• En lo político, a través del modelo de la democracia liberal occidental, en sus distintas variantes.
• En lo económico, mediante la imposición de la doctrina del libre mercado, bajo un orden mundial que permita las mejores condiciones para garantizar la maximización de la tasa de ganancia del capital transnacional.
• En lo socio/cultural, bajo la imposición del paradigma de la civilización occidental, de acuerdo a los valores consagrados en el modo de vida americano, profundizándose un proceso de transculturización a través de los alienantes medios de comunicación y las muy penetrantes redes sociales.
• En lo tecnológico, a través del desarrollo de la electrónica, nanotecnología y TIC, como herramientas para garantizar la integración e interconexión de los mercados reales y financieros a nivel mundial y a tiempo real, provocando a su vez una progresiva y acelerada desmaterialización de la economía, con distintas modalidades virtuales consolidándose de forma irreversible; así como la profundización de la brecha tecnológica entre los países desarrollados y subdesarrollados.
Efectivamente, este desarrollo tecnológico ha repercutido en el surgimiento de la economía digital, abarcando todos los ámbitos productivo-comerciales y monetario-financieros, teniendo un especial impacto en el mercado laboral, con la cada vez mayor automatización y robotización de las actividades económicas, incluyendo el llamado teletrabajo.
Esto es así, debido a que el elemento medular de la economía, desde finales del siglo XVIII hasta la actualidad, ha sido la cada vez más agresiva profundización del desarrollo científico y tecnológico aplicado a los procesos económicos, incrementando la productividad y eficiencia del capital en su obsesión acumulativa.
Otro de los rasgos característicos de la globalización es la constitución de unas cadenas globales de valor dirigidas por las corporaciones transnacionales, producto de la fragmentación y deslocalización internacional de los procesos productivos, donde los intercambios realizados en sus distintos eslabones permiten la incorporación de las materias primas y fuentes de energía en la producción de bienes de capital, intermedios y de consumo final.
De hecho, las transnacionales controlan más de dos tercios del comercio mundial, de los cuales más de la mitad corresponde a intercambios entre las casas matrices con sus respectivas filiales, los cuales no responden a una relación de mercado competitivo sino que se practican a precios de transferencia, ocurriendo la producción en aquellos países donde existan las mejores condiciones de rentabilidad económica, en función de criterios como los costos laborales, acceso a materias primas, cargas impositivas, disponibilidad y calidad de infraestructuras y servicios básicos, proximidad de los mercados, etc.
Incluso, los países que antes eran meros proveedores de materias primas pudieran ahora dedicarse a la producción de algunos bienes manufacturados, mientras los desarrollados se concentrarían en las tecnologías avanzadas, servicios especializados y las inversiones financieras especulativas; aun cuando también se ha producido una suerte de reprimarización de las economías subdesarrolladas.
Propuesta contrahegemónica de un mundo multipolar
No obstante lo anterior, esa hegemonía occidental está siendo desafiada por un nuevo centro en franco y pujante desarrollo, a partir del surgimiento de China como nueva potencia económica mundial, producto de un extraordinario e ininterrumpido crecimiento durante los últimos 40 años, apuntalado inicialmente por sus sectores industriales y, más recientemente, por los tecnológicos y financieros; desplazando a las principales economías capitalistas desarrolladas y colocándose (por ahora) a la saga de EEUU, quien se ha propuesto frenarla en sus pretensiones de continuar avanzando.
Esta situación ha desatado una permanente pugnacidad geoeconómica de enormes magnitudes entre ambas potencias, la cual trasciende el alcance de las convencionales guerras comerciales, abarcando también los aspectos productivos, tecnológicos, monetarios y financieros; convirtiéndose en una amenaza real a la estabilidad de la economía internacional.
Es necesario destacar que China es uno de los principales acreedores financieros de EEUU, a través de la adquisición de miles de millones de dólares en títulos de deuda pública emitidos por ese gobierno. Asimismo, son numerosas las grandes potencias que poseen unos niveles de endeudamiento superiores al tamaño de sus economías (PIB). Sin embargo, los análisis realizados por las empresas calificadoras de riesgo no dan cuenta, de una manera objetiva y consistente, de las realidades macroeconómicas existentes en tipologías de países, teniendo impactos distintos en los mercados secundarios de las deudas soberanas, siempre en detrimento de los subdesarrollados.
En cualquier caso, el empuje indetenible de China, y su alianza contrahegemónica con Rusia y otras economías emergentes, hace prever que estamos a las puertas de un nuevo orden económico mundial multipolar, caracterizado fundamentalmente por la confrontación entre corrientes globalistas y antiglobalistas, donde el centro de gravedad geoeconómico se estaría trasladando desde los países desarrollados occidentales hacia la zona euroasiática.
Este escenario se ha venido ampliando con la creación de los BRICS, conformado por las principales economías emergentes de cuatro continentes (excluida Oceanía), así como con la ejecución del megaproyecto chino de alcance mundial denominado El Cinturón y Ruta para la Cooperación Internacional.
Igualmente, se han venido desarrollando iniciativas de varios países para impulsar un progresivo proceso de desdolarización de las relaciones económicas internacionales, utilizando las monedas locales de los países involucrados en las distintas transacciones comerciales. Asimismo, se está promoviendo el retorno de los patrones de respaldos de las divisas que allí concurren, intentando con ello desmontar el cada vez más inaceptable esquema estructurado a partir de los acuerdos de Bretton Woods, y fortalecido a partir del año 1973, que impuso la hegemonía del petrodólar fiduciario en el sistema monetario internacional.
Finalmente, especial atención merece la aparición y proliferación de criptomonedas, las cuales tendencialmente amenazan con sustituir las divisas que tradicionalmente han predominado en la economía mundial. China ha anunciado la intención de emitir su Yuan digital, así como el Petroyuan, a los fines de tranzar sus importaciones en este tipo de monedas y no en dólares.
Tratándose del principal país importador de petróleo y con una de las mayores balanzas comerciales superavitarias del mundo, esta decisión tendría un enorme impacto en los mercados energéticos, comerciales y financieros, más aun cuando el Yuan ya fue incorporado oficialmente en la cesta de monedas de reserva internacional del FMI, mientras que (junto a Rusia) está diseñando la creación de un sistema de pagos internacional alternativo al SWIFT controlado por EEUU.
Todos estos fenómenos no son sino manifestaciones de la crisis orgánica de un sistema capitalista en franca decadencia, caracterizado por grandes contradicciones que, a su vez, se convierten una oportunidad estelar para trazar las estrategias que nos permitan planificar su transición histórica.
—
1 Cordova, Armando. Problemas por resolver del proceso de la globalización de la economía mundial, en Globalización y Mercado de Capitales, pag 44. Caracas, 2001. BCV.
Por Econ. Camilo Rivero