Desarrollo Tecnológico Postpandemia: ¿neomalthusiano, orweliano y post-neoliberal?
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Desde hace décadas, buena parte de la humanidad ha venido reflexionando sobre los estragos ocasionados por el modo de vida occidental que se impuso en el mundo unipolar y globalizado de hoy, así como el sistema económico que lo “sostiene”, comandado por las grandes corporaciones financieras transnacionales que operan bajo la volátil dinámica del capitalismo de casino, mediante las caóticas y nocivas prácticas de sus capitales golondrinas, fondos buitres y burbujas especulativas; generadoras a su vez de unos niveles de pobreza y desigualdad jamas vistos.
Sin embargo, el impacto provocado por el Covid-19 ha sido de tal magnitud que bien pudiera convertirse en el gran desencadenante de un cambio de época para enrumbarnos definitivamente hacia otro mundo ahora más necesario que nunca, en función del momento histórico transicional que nos tiene en una verdadera encrucijada civilizatoria, a raíz de los inocultables signos de decadencia del capitalismo en su versión neoliberal.
Apostamos a que la superación de la pandemia acelere el surgimiento de un mundo multipolar encabezado por la alianza contrahegemónica ruso-china, lo cual nos llevará a una reconfiguración de las relaciones económicas internacionales, muy especialmente en lo relativo a la desdolarización de los flujos reales y financieros, sentenciando así el declive de la hegemonía estadounidense al debilitar su principal instrumento de dominación imperial: la privilegiada imposición unilateral del dólar fiduciario como moneda de reserva internacional (junto a su poderío militar).
La viabilidad del proyecto bolivariano pasa por profundizar su inserción en esa visión geopolítica, reimpulsando el camino de la integración latinoamericana y sur-sur a partir de la conformación de redes de encadenamiento productivo complementarias que permitan el pleno aprovechamiento de las fortalezas y potencialidades conjuntas, como el eje central sobre el cual se puedan estructurar orgánicamente los distintos sectores de la economía. Solo así podremos superar las vulnerabilidades externas que obstruyen el desarrollo de nuestros países.
En la actual coyuntura pandémica algunos han pretendido plantear un falso dilema, sintetizado en las recientes declaraciones del Gerente General de la Cámara de Comercio de Santiago de Chile: “No podemos matar la actividad económica por salvar vidas”.
Si bien las medidas de distanciamiento social generan una significativa afectación en las actividades económicas, la real amenaza que significa diezmar una parte de la población mundial no da ningún margen de duda sobre lo que debería primar.
Esta controversia nos lleva a una profunda reflexión sobre la razón de ser de la economía, lo cual implica emprender un camino distinto en la construcción de un modelo que tenga como fin último la mayor suma de felicidad posible para los pueblos, alineando la creación de riquezas con la búsqueda del bien común. En palabras del Econ. Rafael Correa: “El gran desafío de la humanidad es lograr la supremacía de los seres humanos sobre el capital; que las sociedades dominen a los mercados y liberar a la economía real de la sumisión en que la tiene la economía financiera».
Por el contrario, la mercantilización de los derechos humanos generada por el capitalismo condujo a que sólo pudieran ser disfrutados por quienes están incluidos en el mercado, no así para los miles de millones de excluidos que provoca su propia dinámica. En este sentido, la satisfacción racional de las necesidades reales pasa por desechar los alienantes y distorsionados patrones de consumo que nos impusieron, asumiendo otros de naturaleza endógena que viabilicen la soberanía productiva, principalmente en relación a los bienes esenciales para la vida.
La gravedad de la pandemia ha evidenciado la necesidad de democratizar y humanizar la economía como instrumento para organizar la sociedad a partir de la solidaridad y la justicia social, reivindicado el rol del Estado (popular) como rector y actor estratégico del sistema, para lo cual debe optimizar su gestión institucional y reconstruir sus tejidos productivos.
Más importante aún es que ese Estado impulse el surgimiento de nuevos actores impregnados de una racionalidad económica que nazca de la cosmovisión del buen vivir y donde la dimensión comunal constituya uno de sus pilares fundamentales, bajo una perspectiva multidimensional de la democracia participativa.
Para ello, resulta imprescindible crear las instancias y mecanismos que permitan convertir al poder popular organizado en el actor económico medular del sistema, a partir de unos elevados niveles de conocimiento, conciencia y compromiso revolucionario.
Todo lo anterior supone transitar inequívocamente el camino hacia la transformación del agotado modelo rentista petrolero que ha castrado el desarrollo del país, como consecuencia de su inserción subordinada y dependiente dentro de la división internacional del trabajo diseñada por el orden capitalista mundial para garantizar su proceso de acumulación.
Camilo Rivero
Economista
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