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5 mayo, 2025Modelos económicos en los países del sur global

Víctor Rodríguez Rojas / Economista. Profesor Universitario
El sur global es una forma de clasificar o diferenciar los países del mundo, de acuerdo con cierto criterio, no necesariamente arbitrario, pero que ayuda a entender o resaltar ciertas realidades diferenciadoras entre países en el actual orden geopolítico mundial.
En su momento histórico, el Movimiento de los Países No Alineados nació en la Conferencia de Bandung (Indonesia, 1955) con el objetivo de que los países miembros no se vieran envueltos en la confrontación ideológica Este-Oeste de la Guerra Fría y promover la paz, así como el desarrollo económico y la descolonización de los países bajo ocupación colonial. El sur global es un concepto que pone de relieve los diferentes niveles de integración o exclusión de los países en los procesos internacionales de toma de decisiones. El sur global incluye países de África, Medio Oriente, América Latina y el Caribe, así como la mayor parte de Asia, situados tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur. Por ello, la pertenencia al sur global no es una cuestión determinada por la ubicación geográfica; más bien, el sur global aparece como un concepto a la vez múltiple y neutro para designar a Estados históricamente relegados a los márgenes del orden mundial.
Bajo este concepto se da la aparición de los BRICS como vehículo necesario para cambiar el orden mundial y establecer en primera instancia un estado de equilibrio con el establishment occidental liderado por Estados Unidos. El grupo de los BRICS, a pesar de la heterogeneidad económica y política de sus miembros y sus intereses divergentes, amplía su número de miembros, sin menoscabo de su cohesión e influencia potencial.
Ahora bien, cuando tratamos de identificar o entender los potenciales modelos económicos para el desarrollo de los países del sur global, tenemos que partir del reconocimiento de que el sistema económico dominante a nivel mundial es el sistema capitalista.
El sistema capitalista se caracteriza, en primer término, en el ámbito de la producción, por la propiedad privada de los medios de producción, relaciones sociales de producción basadas en la explotación de los trabajadores y, por ende, en la apropiación indebida del plusvalor generado por el trabajo; procesos acelerados e ilimitados de acumulación de capital, control absoluto sobre los mecanismos de distribución de la riqueza y, en definitiva, concentración e incremento desmedido de poder en pocas manos.
Esta es una realidad, cada vez más evidente y más cruda, sobre todo, en el presente estadio de desarrollo tecnológico, concentrado en grandes empresas transnacionales privadas, difícil de controlar y regular por los Estados nacionales y los organismos multilaterales. Esta situación es tan trascendental, que en las últimas décadas ha surgido la idea del tecnofeudalismo, una teoría que expone un sistema poscapitalista dividido como la sociedad feudal de la Edad Media. Llevado a la actualidad, los señores feudales, que en el Medievo eran propietarios de las tierras, ahora son los dueños de las grandes empresas tecnológicas; los siervos, que antiguamente trabajaban las tierras a cambio de protección, ahora son los usuarios que ofrecen sus datos a cambio del acceso a las plataformas. Esta jerarquía crea una relación de dependencia en la que los señores feudales, como en el Medievo, ejercen un poder económico, político y social absoluto. Uno de los principales exponentes de esta idea ha sido el economista y exministro griego Yanis Varoufakis, que lo explica en su reciente libro Tecnofeudalismo, el sigiloso sucesor del capitalismo.
En un escenario como este, la soberanía nacional y el desarrollo económico de los países del sur global, en el siglo XXI, no serán posibles si no se puede alcanzar la soberanía tecnológica.
Un segundo aspecto, que caracteriza al sistema capitalista dominante, se da en el ámbito del mercado y por tanto del comercio mundial. Los acuerdos comerciales entre países y/o grupos de países, las legislaciones y normativas impuestas, las instituciones multilaterales parcializadas, la influencia decisiva sobre las ofertas y demandas de bienes y servicios, así como el control del transporte, puertos y demás infraestructura logística para el intercambio de bienes, representan en conjunto una limitación sustancial para que los países del sur global, puedan competir de forma justa en los mercados internacionales.
Un tercer aspecto, no menos importante, es el control monopólico del sistema monetario y financiero internacional. La imposición de una moneda mundial de intercambio, emitida y regulada por un único país, que la maneja a su libre albedrio, sin la observancia de otros actores, y que, por lo tanto, puede ser usada a libre discreción en beneficio de su propia economía y en detrimento de todas las demás. En este aspecto, también debe destacarse el control absoluto de los sistemas y mecanismos para avalar y facilitar las transacciones financieras internacionales, como el sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunications).
Adicionalmente, las principales instituciones financieras mundiales controlan totalmente los flujos de financiamiento e inversión a nivel global. Incluso, las fuentes de financiamiento, a través de instituciones financieras multilaterales como el FMI, el Banco Mundial y los bancos de desarrollo multilaterales regionales y subregionales, también son controlados por los mismos centros de poder del capitalismo.
Finalmente, están los mecanismos de coacción, manipulación y chantaje para bloquear la economía de un país, cuando no responde a los intereses del gran capital transnacional o a los países imperio. Allí están las medidas coercitivas unilaterales de todo tipo, así como el despojo descarado de activos y recursos de los países agredidos.
En este sentido, todo apunta a que la relación económica entre los países del sur global y los países imperio, sobre todo, los del mundo occidental, seguirá siendo la misma: una relación de dependencia, con unos términos de intercambio desiguales y basados en la explotación. El sur global seguirá siendo proveedor de materias primas y mano de obra barata, y los países desarrollados seguirán siendo los industrializados que nos venden los productos elaborados.
Otro punto muy importante es el impacto que tiene, para los modelos económicos de los países del sur global, el actual reacomodo del orden geopolítico mundial. Asistimos, en estos momentos, a un proceso histórico de transición de un orden unipolar centrado en Estados Unidos, a un orden, al menos por ahora tripolar, con el reconocimiento de Rusia y China como actores relevantes que tomarán control sobre áreas significativas del planeta.
El camino hacia este nuevo orden no estará exento de dificultades y complejidades. Los intereses de los países líderes y las negociaciones que se producirán entre ellos tendrán consecuencias para los países más débiles del sur global; será como una especie de reparto. Por ejemplo, el reconocimiento del Gobierno de Donald Trump de que no es sostenible para Estados Unidos seguir siendo la potencia hegemónica del planeta, y que, por lo tanto, debe ceder espacios de poder, implica simultáneamente, sobre todo en el marco de la estrategia “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, la apropiación de otros espacios de compensación y equilibrio. De allí, la aspiración de Estados Unidos de incorporar a Canadá, Groenlandia, el golfo de México, el canal de Panamá, la Franja de Gaza en Palestina; así como de restringir, a través de aranceles, las importaciones de EE.UU., especialmente de productos chinos.
Es previsible, incluso, que Estados Unidos renueve la doctrina Monroe, para limitar al máximo la intervención de Rusia y China en las economías de los países de América Latina, a cambio, por ejemplo, de Ucrania y Taiwán. También se observa un enfoque claro de EE.UU. hacia el auge de la explotación petrolera a cambio de sacrificar el Acuerdo de París y la lucha contra el cambio climático, el énfasis en el combate de la inmigración para fortalecer su mercado laboral interno; y, seguro, habrá negociaciones para que el dólar estadounidense retome su poder hegemónico.
En definitiva, no se avizora el surgimiento de un modelo económico común para los países del sur global, en el contexto descrito; pareciera más bien un «sálvese quien pueda». Sin embargo, la República Bolivariana de Venezuela, país perteneciente al sur global, se encuentra en una posición privilegiada, sobre todo por esa acción visionaria del padre de la Revolución Bolivariana, el comandante Hugo Chávez, quien ya nos había advertido sobre el mundo pluripolar, y promovió el estrecho relacionamiento con Rusia y China, resaltó hasta el máximo el carácter estratégico de nuestros recursos petroleros y gasíferos, e introdujo en nuestra manera de ver el mundo y en la forma de organizar el Estado los conceptos esenciales de poder popular; democracia directa, participativa y protagónica; comuna y diplomacia de los pueblos.
Por lo tanto, Venezuela puede construir un modelo económico centrado en el desarrollo de los hidrocarburos, mixta en cuanto a lo público y lo privado, y con un fuerte sistema económico comunal que amplíe la democracia económica, provea soberanía y seguridad alimentaria, y garantice la sostenibilidad ambiental y económica en el largo plazo.
Todo apunta a que la relación económica entre los países del sur global y los países imperio, sobre todo, los del mundo occidental, seguirá siendo la misma: una relación de dependencia, con unos términos de intercambio desiguales y basados en la explotación.