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“Agilidad, precisión, persistencia, constancia y focalización”
Metáfora del martillo pequeño
Es un hecho cada vez más evidente que en buena parte del mundo la política está generando antipatía y descrédito. Una desconfianza que crece de la mano de los mass media tradicionales y los nuevos canales de distribución de información que han nacido a través de las redes sociales. Esta realidad, por supuesto, tiene sus consecuencias políticas y, sobre todo, electorales.
La disminución de la fidelidad y fragmentación del voto; la indecisión y el retraso en la toma de decisión del voto, son algunos de los comportamientos electorales que se están haciendo cada vez más habituales y frecuentes en muchas partes del mundo.
Así mismo, la incursión en el mundo político de outsiders empresarios, religiosos, deportistas, cantantes o cómicos son, en sí mismos, síntomas de la animadversión por la democracia y sus actores, al tiempo que el mundo se ha vuelto cada vez más complejo, volátil y hasta incierto; quedando en evidencia la fragilidad y decadencia de la democracia liberal representativa y sus instituciones; especialmente, en aquellas donde la soberanía reside en los parlamentos y/o monarquías.
Ante estas circunstancias, se hace necesario “un nuevo lenguaje político que sea capaz de explicar la nueva realidad que nos envuelve, el desprestigio de la política, la desafección, los miedos de hoy contaminan nuestra atmósfera, y cómo abordarlos. Y para ello, es imprescindible incorporar las emociones al análisis y la práctica de la política”. Es decir, no se trata de controlar las emociones, como ha sido habitual en la política (electoral), sino de gestionarlas, con la finalidad de que ellas “nos alejen de la distopía y nos acerque a la utopía” (Monge y Urdánoz, 2019, p.11).
La publicidad electoral ha requerido hasta ahora de tres elementos claves: que los ciudadanos permanezcan quietos, callados y atentos. Sin embargo, en estos tiempos son sujetos activos en una era de la Sociedad Digital. Están más informados e interrelacionados que nunca, “son más críticos, exigentes, desconfiados y reactivos. Ya no se limitan a observar la realidad de forma pasiva, sino que también han desarrollado su capacidad de acción”. Incluso va más allá, son “ciudadanos empoderados que, a la hora de votar, se convierten en electores complejos, imprevisibles, hostiles y refractarios” (Gutiérrez-Rubí, 2019, p.105).
Moisés Naím en su libro titulado El fin del Poder puntualiza que “el poder, como la energía, no se crea ni se destruye… pero irremediablemente se disemina entre una multitud de agentes, de micropoderes”. No hay duda alguna que el poder ya no es lo que era antes. Los poderosos tradicionales: grandes supremacías políticas, empresariales e ideológicas, han perdido mucho espacio, ciertamente, pero no han perdido todo su poder; por ello, se ven en la obligación de adaptarse a convivir con un contrapoder conformado por millones de ciudadanos interconectados, constituyéndose en sí mismo en agentes de cambio.
En consecuencia, nos encontramos ante el fin de la política-electoral tal y como la conocíamos hasta ahora. Observamos que el voto deja de ser una esperanza o, en el mejor de los casos, un reconocimiento, para convertirse en un castigo.
Al mismo tiempo, estos ciudadanos-electores se encuentran subyugados a una infoxicación in extremis. Nos encontramos inmersos en un mundo de audiencias diversas, de públicos multipantallas y multiformatos. En este nuevo escenario, la publicidad ya no cambia percepciones, ni actitudes o conductas; ha perdido peso y terreno en el ámbito político. Por consiguiente, lo que urge es más comunicación.
Como consecuencia de este nuevo contrapoder que surge y se impone, la sociedad-electora interconectada, infoxicada y globalizada, lo está cambiando todo; se hace imprescindible el surgimiento de una nueva forma de pensar, de comunicar y de hacer, que atienda lo pequeño, local, e incluso, lo personal: la micropolítica.
El especialista en comunicación política, Antoni Gutiérrez-Rubí, propone diez estrategias para abordar esta nueva realidad que nos permita pensar una nueva praxis electoral:
1. Microideas: Los grandes programas dan paso a propuestas centradas en la vida cotidiana y en los intereses pequeños. En estos espacios conviven armoniosamente múltiples mensajes que hacen prevalecer las emociones.
2. Microrrastros: El uso constante de la tecnología va dejando a nuestro paso huellas digitales. La Big Data configura una minería de datos que no pueden desperdiciarse. Qué decimos, qué pensamos, qué nos gusta, en definitiva, quiénes somos queda reflejado en las redes sociales y en los buscadores.
3. Microsegmentación: En la micropolítica las encuestas y los focus groups ya no son suficientes. Saber poco de mucho no sirve. Mejor saber mucho de pocos, permite afinar la puntería, llevar el (micro)mensaje oportuno al votante, tratar lo que verdaderamente le importa y lo moviliza.
4. Microcomunicación: Observar con claridad los mejores (micro)momentos implica una renovación total del lenguaje, mucho más simple y visual. De los grandes enunciados a los hashtags; del texto a la imagen y al video. Es la fuerza del arte con una alta carga de contenido social explícito.
5. Microeventos: Se impone el fin de los monopolios de los multitudinarios mítines o romerías de campañas. Se propone en su lugar los actos reducidos, con pocos asistentes, escenografías sencillas, más íntimos y de bajo presupuesto.
6. Microacciones: El Internet permite y favorece a la ciudadanía-electora la organización inmediata desde la base, en el mayor de los casos, desde la visión más crítica. La política está vigilada y será mejor que se comunique lo que se hace y que se haga lo que se comunica, alivianando la movilización o el activismo en las redes.
7. Microreacciones: Los grandes Comando de Campañas dan paso a la Guerrilla Comunicacional, con una alta capacidad de intervención y repuesta rápida. El ciudadano-elector interconectado aumenta la velocidad y exige reacciones inmediatas. La campaña electoral ya no puede ser planificada de principio a fin, sino que se convierte en un cúmulo de reacciones, propias y ajenas, superpuestas y simultaneas.
8. Microrredes: Los intereses comunes hacen que la ciudadanía-electora se organice en redes y comunidades. Estos grupos de ciudadanos se encuentran directamente involucrados en la solución del problema existente en la comunidad; dejando a un lado a los representantes tradicionales de la política, expertos u otros elementos no vinculados directamente con la comunidad, que, hasta no hace mucho tiempo, eran quienes planteaban y ejecutaban las propuestas de “cambio”. Hay una Red, pero infinitas pequeñas comunidades radiales; el comportamiento de las redes es viral por lo que se hace necesario el análisis constante y la necesidad de identificar patrones de comportamiento.
9. Microinfluencias: En las campañas electorales por venir, los mensajes elaborados por las organizaciones políticas no alcanzan, no llegan, no convencen, no generan confianza, en sí, no son eficaces. Hoy en día prevalece la credibilidad de aquellos que son como nosotros. Te convence alguien cercano, próximo, que tiene (o crees que tiene) el aval de la trayectoria y compromiso con la comunidad. Es por ello, que se hace imperioso identificar en la Red a los influencers (a los offline y los online) que cohabitan en el universo de pequeños colectivos.
10. Microcandidato(a): Los partidos políticos han perdido la propiedad o franquicia de las o los candidatos. Se establece la relación de “el candidato” a “mi candidato”. Estableciéndose relaciones directas, más vinculantes y de mayor rendimiento. El electorado personifica la relación elegido-elector, permitiendo un mayor grado de rendición de cuentas.
Al revisar estas diez estrategias micro, debemos comprender que los sentimientos, emociones, relaciones, comunidades y valores conforman un nuevo paradigma.
Ante este complejo contexto, Gutiérrez-Rubí (2009) recomienda que “la propuesta política debe replantear su estrategia de persuasión-comunicación-adhesión con un mejor conocimiento de lo emocional y neural, y con una práctica política que favorezca también las filosofías de vida como complemento revitalizante de las ideologías”.
Ciertamente, la sociedad de consumo persiste, existe, pero también emergen, y cada vez con mayor fuerza, estilos de vida diferentes, contrapuestos. Una nueva mirada a lo espiritual, a lo holístico, a las conciliaciones cuerpo-mente, a la relación individuo-sociedad, persona-planeta; y por supuesto, una radical apuesta por la modernidad cultural, tecnológica-social, que ha abierto la puerta a la sociedad digital.
En consecuencia, “la oferta política debe comprender las relaciones de complementariedad entre lo cognitivo, lo emocional, lo vivencial y el aprendizaje, como un conjunto inseparable de la naturaleza humana… y del cerebro humano” (Gutiérrez-Rubí, 2009, p. 113).
Una oferta tan vital… como ideológica. No hay otro camino para el desafío de las ideas.
La política no se puede hacer sin Excel, pero la política no se puede reducir al Excel. La arrogancia técnica no permite la aceptación emocional. Detrás de los números fríos hay personas e historias de vidas que palpitan. Cuando se pierde el vínculo emocional, se acaba perdiendo el vínculo político.
Las emociones cada vez tienen más peso a la hora de tomar (o aceptar) una decisión política (el voto).
Gutiérrez-Rubí, 2009, Epílogo.
Por Wilfredo Pérez Bianco
Periodista
Bibliografía:
1. Gutiérrez-Rubí, A. (2019) Gestionar las Emociones Políticas. Serie Más Democracia. GEDISA, Barcelona.
2. Gutiérrez-Rubí, A. (2009) Micropolítica. Idiograma, Barcelona.
3. Monge, Oliván, Urdánoz (2019) Hackear la Política. Serie Más Democracia. GEDISA, Barcelona.
4. Naím M. (2013) El fin del Poder. Debate, Barcelona.
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